El filósofo español Ortega y Gasset decía “yo soy yo y mi circunstancia”, y por circunstancia se refería a todo lo que le rodeaba; o lo que es igual, la vida de una persona está formada por dos ingredientes: uno es el “yo” y otro “el medio en el que vive”.
La segunda parte de esta famosa frase continuaba así: “si no la salvo a ella (a la circunstancia), no me salvo yo”. ¿Acaso el filósofo nos está proporcionando una EXCUSA para decir que no somos del todo responsables de lo que nos ocurre? ¿No te parece que es una forma de echar la culpa de nuestros problemas al resto del mundo? ¿Es que todos somos víctimas de nuestras circunstancias?
Yo creo que no. Estoy absolutamente convencida de que somos responsables de la mayor parte de las cosas que nos ocurren y que para conseguir RESULTADOS hay que olvidarse de las excusas o, al menos, intentarlo.
Quiero mostrarte que otra vida es posible, que no tienes por qué resignarte, que sí se puede, que es fundamental que abras los ojos de tu corazón e inicies ese viaje soñado hacia tu libertad.
Cuando otros nos dicen: “es que yo soy yo y mi circunstancia”, en realidad lo que nos están manifestando es su convicción -la de ellos, que no tiene por qué coincidir con la nuestra- de que todo lo que les sucede no depende de ellos; que él o ella no son responsables porque las circunstancias que les rodean también han influido en el resultado final de sus vidas.
Pues bien, en lugar de buscar una excusa y decir no puedo modificar mi entorno y, por lo tanto, es imposible cambiar mi vida, por qué no te lo planteas al revés: si actúo sobre mi “yo”, si yo cambio, podré alterar mis circunstancias, aquello que depende de mí y entonces obtendré otros resultados. Si yo cambio, mi vida cambiará.
¿Lo ves? Es una simple variación de la perspectiva. No necesitas hacer nada ahí fuera; la manera de transformar tu vida está en ti, dentro de tu alma. Para mejorar, tienes que empezar por cambiar tú, tienes que querer progresar, tienes que rebelarte contra tus circunstancias. ¿Y eso cómo se hace?
¡A veces es tan difícil y cuesta tanto disculpar a los demás y a nosotros mismos! ¿Quién soy yo para condenar? Solo desde el amor sanador se puede conceder el perdón, para vivir en paz, libre del odio o el rencor que nos impide el acercamiento a los demás.
El amor lo conquista todo, incluso nuestra propia alma, cuando hay mil batallas internas que nos destrozan y no nos permiten mirar más allá con ecuanimidad, sin filias ni fobias. Solo desde el amor se pueden restaurar esas heridas internas que nos atormentan; solo desde el amor se renace y alcanza una nueva vida llena de paz y alegría.
Amigo lector, no delegues en nadie tu propia sanación. Eres tú el único responsable de luchar para alcanzar la paz interior. Eres tú el único capaz de transformar las circunstancias que te rodean y hacer de tu mundo un lugar más saludable donde vivir.
Porque lo mejor que puedes hacer para ayudar al mundo es empezar por ti mismo. Si te salvas a ti, salvarás al mundo. Y si todos pensáramos así, sin importar nuestra creencia, raza o religión, esta vida que conocemos, y que a veces no respetamos, sería un lugar mejor, en el que viviríamos en armonía y que se convertiría en nuestro legado más preciado para las generaciones futuras.