Hace unos días, mi casera me invitó a acompañarla a una reunión dominical. Inmediatamente le dije que aceptaba, no solo por su amabilidad sino porque se presentaba una oportunidad inmejorable para relacionarme y mejorar el uso del idioma. No presté mucha atención al motivo de la cita, lo importante era el contenido, no el formato.
De esta manera llegué a una iglesia de la comunidad donde habito y participé en los servicios religiosos de la mañana. La acogida fue espléndida. Me pidieron el nombre al llegar, al ser mi primera visita, con lo que al inicio de la ceremonia fui calurosamente animada, por parte del oficiante, a saludar a todos los asistentes, brazo en alto, mientras que, en una gran pantalla luminosa situada al final del escenario, aparecía la palabra Welcome.
Un grupo musical cantaba y los asistentes le acompañaban, siguiendo las letras de las plegarias que aparecían en aquel monitor electrónico. Tengo que reconocer que es una buena manera de atraer a los más jóvenes, los cánticos hacen que la ceremonia sea muy alegre y motivadora.
Dos señores, imagino que eran los directores religiosos, aunque no iban vestidos como los tradicionales curas que conozco, se alternaron para dar sendos sermones a los fieles. Predicaron sobre la obediencia, el sacrificio, la confianza en los planes divinos y la fe. Abraham y la manera en la que fue probado por Dios, pidiéndole como ofrenda la vida de su hijo Isaac, fue el personaje sobre el que versó la homilía.
Cuando todo acabó, unas veinte personas nos trasladamos a un parque cercano para compartir un picnic. Una ocasión magnífica para hablar con algunos de ellos y conocer algo más sobre las costumbres de este enorme país.
Sin embargo, lo realmente sorprendente de la mañana ha llegado a través de mi nariz. Es increíble lo que la memoria olfativa puede evocarnos, un simple aroma recorre nuestras vías nasales y despierta el corazón, los recuerdos de nuestra identidad.
Al salir de la iglesia, de pronto, una fragancia conocida me ha inundado. Ha sido un instante mágico, un flash y, casi sin querer, he soltado una exclamación buscando el origen. No recuerdo si he dicho Oh, my God! o simplemente alguna palabra en español. Tengo una laguna mental al evocar ese momento. Imagino que toda mi concentración estaba en el recorrido entre mi nariz y mi cerebro. Casi se me saltan las lágrimas.
Es un tópico, lo sé, igual que la canción del emigrante, pero cuando estás tan lejos se agradecen los pequeños detalles. Aún ahora al recordarlo se me forma un ligero nudo en la garganta. ¡Qué sería de los sevillanos sin un naranjo o un limonero en sus vidas, aunque estemos en el fin del mundo! Sin duda, Sevilla tiene un olor especial y se llama Azahar.
Portrait
(English translation by Paul Archer of the poem Retrato by Antonio Machado)
My childhood memories are of a patio in Seville
and a sunny garden where lemon trees ripened;
twenty years of my youth were spent in the lands of Castile;
the story of my life has some things I’d rather not remember.
I’ve not been a womaniser like Mañara or Bradomín
– you all know about my hopeless dress sense –
instead I received the arrows assigned to me by Cupid
and loved the generous kindness they came from.
There are drops of Jacobin blood in my veins,
but my verse flows from a serene spring;
and, more than those who are slaves to doctrine,
I am, in the true sense of the word, a good man.
I adore beauty, and use a modern aesthetic style
to cut the old roses in the garden of Ronsard;
but I’m not a fan of the latest affectations,
nor am I one of those birds that finds new ways to sing.
I scorn the romantic ballads of vacuous tenors
and the chorus of crickets that sings to the moon.
I stopped distinguishing voices from echoes,
and only hear, among the voices, one.
Am I classical or romantic? I don’t know. I wish
to leave my verse as a captain leaves his sword:
famous for the manly hand that wielded it,
rather than for the worthy blacksmith’s expertise.
I talk to the man that always walks beside me
– no-one talks solely in the hope of talking to God one day;
my soliloquy is a chat with that good friend
who taught me the secret of doing good unto others.
Above all, I owe you nothing; you owe me for what I’ve written.
I go about my work, earning the money to pay
for the clothes that cover me and the house I live in,
the bread that feeds me and the bed where I sleep.
And when the day of the last journey arrives,
and the ship is leaving that never turns back,
you will find me onboard, travelling light,
almost naked, like the children of the sea.
Retrato
Mi infancia son recuerdos de un patio de Sevilla,
y un huerto claro donde madura el limonero;
mi juventud, veinte años en tierras de Castilla;
mi historia, algunos casos que recordar no quiero.
Ni un seductor Mañara, ni un Bradomín he sido
– ya conocéis mi torpe aliño indumentario -,
más recibí la flecha que me asignó Cupido,
y amé cuanto ellas puedan tener de hospitalario.
Hay en mis venas gotas de sangre jacobina,
pero mi verso brota de manantial sereno;
y, más que un hombre al uso que sabe su doctrina,
soy, en el buen sentido de la palabra, bueno.
Adoro la hermosura, y en la moderna estética
corté las viejas rosas del huerto de Ronsard;
mas no amo los afeites de la actual cosmética,
ni soy un ave de esas del nuevo gay-trinar.
Desdeño las romanzas de los tenores huecos
y el coro de los grillos que cantan a la luna.
A distinguir me paro las voces de los ecos,
y escucho solamente, entre las voces, una.
¿Soy clásico o romántico? No sé. Dejar quisiera
mi verso, como deja el capitán su espada:
famosa por la mano viril que la blandiera,
no por el docto oficio del forjador preciada.
Converso con el hombre que siempre va conmigo
– quien habla solo espera hablar a Dios un día -;
mi soliloquio es plática con ese buen amigo
que me enseñó el secreto de la filantropía.
Y al cabo, nada os debo; debéisme cuanto he escrito.
A mi trabajo acudo, con mi dinero pago
el traje que me cubre y la mansión que habito,
el pan que me alimenta y el lecho en donde yago.
Y cuando llegue el día del último viaje,
y esté al partir la nave que nunca ha de tornar,
me encontraréis a bordo ligero de equipaje,
casi desnudo, como los hijos de la mar.